mi propio tarro de basura

Wednesday, February 04, 2009

REFLEJOS


Inflexiones primarias


El vidrio, pulido concienzudamente, resplandecía con el sol de primavera. Las figuras anormales reflectadas por el improvisado prisma, parecían debatirse en sus décimas de segundo de vida, intentando perpetuarse en aquellas pupilas de expresión inocua, serenas e inmóviles, casi inertes.

El delantal blanco, doblado con precisión a los pies de la cobija de vellón azul, junto a un par de medias marrones colgando del broncíneo y pulido catre, fueron impotentes cómplices. Los zapatos blancos, salpicados de pequeñas gotitas de sangre, se sacudieron con violencia, seguidos de un fuerte sonido ronco, propio de la asfixia.
El suelo de madera acogió la caída de los setenta y cuatro kilos, que hicieron despegar volutas de pelusa y dejaron rastros de grisáceas partículas entre las ranuras de los tablones encerados. Un gorrión colérico volvió a posarse en la higuera tras la única ventana orientada a un patio central, cuando la conmoción hubo terminado.
La expresión de eterno asombro, la lengua mordida en dos secciones, un hilillo descendiente como un arroyo hundido entre las zanjas polvorientas del piso, las medias marrones apretadas alrededor del cuello grueso y algo blando.
La sangre tibia diluida en el interior de las mejillas del ovalado rostro, ahora pálido como el impersonal uniforme, luce mucho más el rubor antes despintado, dándole un semblante corriente y de mal gusto.

El delantal blanco, abotonado sobre el cuerpo delgado y frágil, se sacude cadente en su desplazamiento horizontal hacia un destino incierto; sus frías proporciones sirven de encuadre perfecto para el estoico recipiente de aquellas pupilas insondables: vidriosas celdas de los efímeros retozones prismáticos primaverales.

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INFIERNO LOCAL

O "Como Perros y Gatos"

Mi hermana mayor, de 37 años, falleció hace cuatro días. Lamento muchas cosas con respecto a su deceso; su corta edad, el dolor que siempre causa la muerte, las cosas que no nos dijimos (y las que nos decíamos), y muchas cosas más, que no soy capaz de verbalizar.
Lo más doloroso para mí, fue por lejos, el hecho de terminar peleados. Siempre nos llevábamos mal, y lo que es lascerante para mí: YO la trataba mal. Ella siempre intentó acercarse a mí, y yo, le refregaba en su rostro todos los errores que cometió en su vida; sus hijos sin padres, sus parrandas, sus excesos, sus irresponsabilidades. Me dolieron esas palabras afiladas que le dije cuando escuché al diácono del responso, porque me recordaron a mí, sermoneando a mi hermana mayor. ¿Quién era yo para juzgarla?

Todos somos humanos. Al menos eso intentamos. Sé que los errores son perdonables, pero YO no me puedo perdonar. No pude perdonarla a ella y ahora, el recuerdo de todas esas ocasiones en que la espanté de la casa de mis viejos me asfixian, me hacen sentir como basura.
Hice todo lo posible por estar cerca de ella al final, cuando todo estaba perdido, pero ya no era lo mismo, supe que ella no podía escucharme ya, no podía oir mi lamento ni el de nadie, estaba por fin descansando de el infierno personal que atravesó en vida, el mismo que me heredó al dejar de existir.