mi propio tarro de basura

Tuesday, November 07, 2006

El Grito


Hace calor. El interior de mi coche debe parecerse al infierno. Tengo sed. No sé si podré aguantar mucho tiempo así. Ella también tiene sed, se le nota en los labios. Los tiene partidos, un hilo de sangre se secó debajo de sus dientes separados. Si no abusara de la coca se vería mejor. Y tampoco tendría que llevar a su estúpido novio en la cajuela. ¡Cómo debe apestar el maldito! Si no hubiera cometido la estupidez de apuñalarme, esto no habría pasado y no tendría que estar en el medio de la nada esperando una orden de quién sabe. No deseo estar aquí.
Lleva una pala junto al cadáver. Siempre lleva una pala de camping en la cajuela "por si se entierra algún neumático." El vehículo, un Opala del '78, está en mal estado; la pintura se cae a pedazos y los asientos están destrozados, pero a él le gusta así, le cuesta menos limpiarlo. En realidad nunca lo limpia.
Empuña una Jericho nueve milímetros que brilla bajo el ardiente sol de mediodía. El suelo de arena blanca refleja el sol, enviándolo directamente a su cara, arrugada por el paso de los años. En el bolsillo de su chaqueta lleva un teléfono móvil, pero no consigue recordar si ha cargado o no la batería. Al menos la Jericho está cargada, de eso está seguro.
Creo que me va a matar. Sí, me va a matar, eso es seguro. Muero de sed. Ojalá y le diera un ataque o algo, esas vendas no pueden durar tanto. No con este calor.
El dolor es insoportable. Por un momento desearía no necesitar de la estúpida llamada telefónica, bastaría con jalar el gatillo. Es muy sensible, así que un mínimo esfuerzo podría terminar con todo. Pero no puede. Tiene sed, la cabeza le da vueltas. La novia del traficante está abriendo la boca, parece que va a gritar.
Un sonido seco inunda el desierto, seguido de un rechinar de dientes. Al final todo queda en nada.