mi propio tarro de basura

Thursday, January 18, 2007

REVENANT

Nunca olvidas

Las remodelaciones no le quitaron el olor a viejo. Las cortinas viejas filtran el polvo que trata de escapar por las ventanas, con esas horribles persianas de madera. ¿Cómo pudieron olvidar quitarlas? Deben haber pensado que me hacían un favor dejando esas vetustas insignias del arribismo de mi padre. Él las adoraba, “con ese aire de Casablanca que tenían”, decía. Yo las detestaba.
Prometí, y a mis hermanas también, que cuando él ya no estuviera más, yo me haría cargo de todo. Estoy segura de que no le habría gustado. No le habrían gustado las lámparas, de corte simple, como tampoco las modificaciones que hicieron en la sala, donde se empecinaba en las calurosas tardes de verano, especialmente los domingos, a escuchar sus gastadas cintas de jazz.

Recuerdo una vez cuando escuchamos crujidos en el segundo piso, y nos dijo que tenía encerrado en la pieza al viejo del saco. Con mis hermanas nos morimos del susto, incluso Camila, la menor, se puso a llorar y se fondeó en el patio, detrás de la batea y en medio de las olorosas rudas y mentitas. Él no hizo más que reír y poner su mano en mi cabeza, como exorcizándome el miedo, empujándome a buscarla.

En el patio no quedan más que unas enormes manchas de aceite de motor y mechones de pelo de perro adheridos en las aristas que unen el suelo y las paredes, cubiertas de yeso descascarado. El tarro de latón al lado de la cuarteada batea aún conserva una mata de ruda, amarillenta y con el olor potente característico de los orines de gato.
Suena el teléfono pero ya sé quien es. No contesto. El teléfono se detiene justo cuando casi me animo a levantar el auricular. Salgo del patio para entrar en la cocina. El viejo refrigerador no es más que un fantasma capturado en el piso, un pálido recuadro de descoloridas baldosas que me recuerdan aquella estampa polémica del Cristo del sudario.

No me queda voz, mi garganta está tan seca que no salivo, tampoco me animo a hablar, y me quedo tendida en el viejo catre matrimonial, pegada la cara contra la almohada con olor a crema de afeitar y colonia inglesa.